Por Víctor Longares Abaiz
En 1989, Peter Weir estrenó El club de los poetas muertos (Dead Poets Society), con guion de Tom Schulman, que ganó un Óscar al mejor guion original.
En la elitista Welton Academy, un internado masculino destinado a
formar a los futuros dirigentes de la sociedad, irrumpe un profesor de
literatura muy poco convencional: John Keating (Robin Williams). A través de la
poesía y el pensamiento crítico, anima a sus alumnos a mirar el mundo con ojos
propios, a rebelarse contra la obediencia ciega y a aprovechar la vida
intensamente. Pero esa chispa de libertad chocará con los muros de una
institución construida para domesticar y perpetuar el poder de una clase
social.
LA LITERATURA COMO EMANCIPACIÓN
La película es, ante todo, un homenaje a la literatura como fuerza liberadora. Keating recurre a la poesía inglesa —Whitman, Herrick, Thoreau, Byron, Shelley— para despertar a los alumnos de la anestesia social. Cada cita es un recordatorio de que la palabra poética abre puertas: enseña a soñar, a rebelarse, a vivir. El famoso poema de Robert Herrick lo resume:
“Coged las rosas mientras podáis,
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta.”
No es una invitación al hedonismo decadente, sino una llamada a despertar a la vida auténtica, antes de que se marchite.
LA VITRINA DE LOS TROFEOS: METÁFORA DEL STATU QUO
En una de las escenas más memorables, Keating lleva a los alumnos ante
una vitrina de fotos y trofeos de antiguos estudiantes. Les susurra: Carpe
diem. Aprovechad el día, muchachos.
Esa vitrina simboliza la futilidad de la gloria burguesa: generaciones enteras que pasaron por la academia, obedecieron y triunfaron, pero hoy solo son polvo. Aquí, Keating introduce el poema Ozymandias de Shelley, donde el coloso de Ramsés II, símbolo de poder absoluto, yace en ruinas en medio del desierto:
Nada queda a su alrededor. En torno a las ruinas
de aquel colosal naufragio, ilimitadas y desnudas,
las solitarias y llanas arenas se extienden a lo lejos.”
El mensaje es claro: toda vanidad del poder se derrumba. Lo que importa no son los trofeos, sino la vida vivida con pasión y dignidad.
LA ESCUELA: ¿EMANCIPADORA O DOMESTICADORA?
La película retrata a la escuela como un campo de batalla. Welton
Academy aparece como un espacio de adoctrinamiento de la élite. Allí los hijos
de familias privilegiadas son disciplinados para convertirse en los futuros
guardianes del sistema, aunque eso destruya sus sueños y su bienestar personal.
El caso de Neil, aplastado por la voluntad de su padre, es la muestra más
trágica.
Pero Keating señala otra posibilidad: la escuela puede ser agente de cambio social. Si en lugar de obediencia se enseña pensamiento crítico; si en lugar de repetir dogmas se fomenta la imaginación y la poesía, la educación se convierte en un arma de emancipación, que acabe con la insolidaridad y las injusticias.
La escuela, igual que la literatura, nunca es neutral: o perpetúa el statu quo o abre caminos de libertad.
MENSAJE ACTUAL
Aunque la historia transcurre en un internado de élite, el mensaje
trasciende a ese ambiente.
Nos muestra cómo se fabrican las élites que luego sostendrán sus privilegios. Denuncia que esa domesticación cobra un precio humano enorme, incluso para los hijos de los poderosos y nos recuerda que la verdadera educación debe formar personas libres, críticas y solidarias, no obedientes.
Necesitamos una escuela y una cultura que nos devuelvan lo que el sistema nos niega, que despierten nuestra conciencia, que nos unan frente al poder.
CONCLUSIÓN
El club de los poetas muertos es mucho más que una película sobre un
profesor inspirador. Es una denuncia contra la escuela como herramienta de
perpetuación de privilegios y, al mismo tiempo, una reivindicación de la
literatura y la educación como instrumentos de liberación humana.
El grito del poema de Whitman (“¡Oh, Capitán, mi Capitán!”) es el grito de respeto y rebeldía de los alumnos hacia Keating, y también un recordatorio para nosotros: la poesía, la cultura y la educación pueden ser armas de resistencia. Y, en nuestras manos, deben serlo.
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