LA QUIMERA DEL ORO: RISA, DIGNIDAD Y LUCHA

 Por Víctor Longares Abaiz


El 15 de agosto de 1925 se estrenó La Quimera del Oro, obra maestra de Charles Chaplin, quien fue su guionista, director, productor y protagonista.

Es una de las películas más icónicas del cine mudo. Estrenada cuando el séptimo arte se consolidaba como espectáculo popular, sigue siendo un retrato tan cómico como profundamente humano de la ambición, la pobreza y la resistencia del espíritu.

La historia sigue a Charlot, un buscador de oro que viaja a Alaska durante la fiebre del oro del Klondike. En su periplo, se enfrenta a tormentas de nieve, hambre, soledad y engaños, pero también encuentra amistad y amor. Entre escenas inolvidables —como la danza de los panecillos o la cena en la que se come su propia bota—, Chaplin combina comedia y drama con una naturalidad que ha resistido el paso del tiempo.

Danza de los panes

Bajo su apariencia de fábula cómica, la película retrata realidades duras de la época que, lamentablemente, siguen de plena actualidad:

 

  • La miseria y el hambre de los marginados que buscan un golpe de suerte para escapar de la pobreza. Si hace 100 años se iban a Alaska en busca de oro, hoy se dejan arrastrar por apuestas online, loterías o falsas promesas de dinero fácil que acaban empujándolos a un pozo más profundo.

 

El hambre les lleva a comerse una bota.


  • La soledad del inmigrante, que deja su tierra persiguiendo un sueño y se encuentra con un entorno hostil. El capitalismo enfrenta a la clase obrera con el inmigrante, para desviar la mirada del verdadero explotador: el rico que se beneficia de ambos.

 



  • La indiferencia de los poderosos hacia la miseria que ellos mismos perpetúan y el clasismo que humilla a quienes, incluso trabajando duro, no logran salir adelante.

 

  • La solidaridad entre los desposeídos, que es lo único que les queda cuando todo falla. La ayuda mutua, aunque modesta, es una fuerza que resiste al frío y al hambre.

 

La Quimera del Oro es una lección de dignidad y perseverancia. Charlot, ingenioso y tenaz, encarna a la clase trabajadora que, pese a todo, mantiene viva la esperanza. No es un héroe por su fuerza, sino por su humanidad y su capacidad de seguir adelante.

Por eso es recomendable y necesario verla en familia, con amigos, en las escuelas, en asociaciones y centros culturales. No solo es un placer cinematográfico que arranca sonrisas, sino un acto de memoria y conciencia. Nos ayuda a debatir y tomar conciencia sobre la pobreza, la dignidad, la ambición y la justicia social.

 


Chaplin nos recuerda que, incluso en los momentos más dramáticos, la risa puede ser un acto de resistencia. Y quizás debamos preguntarnos:


¿y si empezamos a reírnos juntos de quienes nos quieren tristes y divididos?

 

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