NOCHES DE VINO Y ROSAS: LA AMARGA RESPUESTA A LA ALIENACIÓN CAPITALISTA

 Por Víctor Longares Abaiz


UN DRAMA MUY DURO

La persecución que el senador Joseph McCarthy había emprendido contra actores, directores y guionistas, para purgar el cine de comunistas, había dejado un tremendo miedo a tocar temas sociales en las películas. Blake Edwards fue valiente al entrenar, en 1962, Noches de vino y rosas (título original Days of Wine and Roses), con guion de J. P. Miller.


El hecho de contratar como protagonista a Jack Lemmon, encasillado en papeles cómicos, hizo que la gente fuese a verla como una comedia. Nada más lejos de la realidad. La película deja una profunda angustia, la que produce la soledad del capitalismo, del fracaso del sueño americano.

Joe Clay (Jack Lemmon) es un joven relaciones públicas, que conoce a Kirsten (Lee Remick), una mujer dulce y de espíritu libre. Lo que empieza como un romance feliz se convierte pronto en un infierno: Joe arrastra a Kirsten al alcoholismo, y juntos caen en una espiral de autodestrucción. La película narra su vida de excesos, intentos de recuperación y recaídas, con un tono demoledor y sin concesiones.

 



Fue una película pionera en retratar el alcoholismo de forma realista, sin edulcorar sus consecuencias, lo que supuso un tremendo impacto en todos los que la vieron por primera vez. Porque los protagonistas no son gente marginal, sino dos personas de lo que se consideraba la exitosa clase media, que triunfaba en el trabajo y ascendía rápidamente. Por eso, es doloroso ver cómo alguien que, en apariencia, es lo que el capitalismo llama triunfador, necesita recurrir al alcohol para llenar el vacío existencial y la soledad a los que el sistema de aboca.

 

CAPITALISMO Y ALIENACIÓN

La película es más que una historia de amor roto por el alcohol: es el retrato de un sistema que empuja a la evasión. Joe trabaja en un empleo alienante, donde el éxito social se mide en cócteles y fiestas. El alcohol aparece como lubricante obligatorio del capitalismo moderno: beber no es un placer, es una herramienta de integración social.

En esa lógica, el individuo no importa: importa la máscara, la apariencia de felicidad. La bebida es la excusa para olvidar la frustración diaria y seguir produciendo.

 


 FALSAS SALIDAS Y TRAGEDIA SIN ALTERNATIVA

La película no ofrece un “afuera”: muestra cómo el sistema engulle incluso los intentos de escapar de él. Joe y Kirsten buscan en el alcohol un alivio, pero encuentran una prisión más cruel. Es un recordatorio de que el capitalismo promueve salidas falsas: drogas, juego, consumismo, evasiones que destruyen al obrero en lugar de liberarlo.

El desenlace es duro: el alcohol rompe el amor, destruye la familia y deja a los personajes rotos. Y lo hace porque el sistema no les ofrece nada más: no hay comunidad, no hay proyecto colectivo, solo soledad. La película es consciente de la tragedia, pero incapaz de imaginar otra vía. Esa impotencia es, precisamente, la denuncia más fuerte: una sociedad que niega alternativas reales y empuja a los trabajadores al abismo de la adicción.

 


 

LA EMERGENCIA DE ACTUAR

Noches de vino y rosas es una advertencia. No basta con compadecerse de Joe y Kirsten: hay que señalar al verdadero enemigo. El alcohol no es solo un vicio individual: es un arma de control social. Un pueblo alienado y dopado es un pueblo incapaz de rebelarse.

El reto para la clase obrera es crear espacios de solidaridad, cultura, ocio y resistencia que ofrezcan alternativas reales a la evasión. Frente a la soledad y las falsas salidas, la respuesta solo puede ser comunidad, organización y lucha.

 Noches de vino y rosas nos arranca la sonrisa amarga de quienes reconocemos en ella una trampa que sigue vigente: cuando el capitalismo nos aplasta, nos invita a escapar en veneno líquido, en pastillas, en pantallas. Pero la salida no está en la botella. La salida está en la calle, en la colectividad, en la lucha por un mundo en el que no haga falta anestesiarnos para soportar la vida.


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