Por Víctor Longares Abaiz
En
1992, el director quebequés Jean-Claude Lauzon sorprendió al mundo con una
película dura, turbadora, pero llena de poesía: Léolo. Con una magistral
interpretación del protagonista, el actor de 11 años Maxime Collin, fue
calificada como una de las 100 mejores películas de la historia del cine. ¿Qué
tiene Léolo para que inquiete, indigne y a la vez nos haga sentir que la poesía
puede salvarnos?
Leo
Lauzon es el hijo pequeño de una familia obrera de Montreal, que para escapar
de la vida sórdida y sin futuro que le rodea, se refugia en sus fantasías. En
una familia rota, incapaz de estimularlo intelectualmente, Leo huye de la
alienación y la locura que le acechan, gracias a la lectura y a su
pasión por la escritura. Por eso, imagina que en realidad es italiano y que su
nombre real es Léolo Lozonne. Del mismo modo, idealiza a Bianca, una vecina
suya de Sicilia, con la que imagina una bellísima historia de amor en el teatro
griego de Taormina (Sicilia).
LA CULTURA COMO DERECHO VITAL Y LA IMAGINACIÓN COMO REBELDÍA
El
capitalismo nos quiere como engranajes de esa gran máquina que lo sostiene y
alimenta. Para ello, nos necesita alienados y nos hurta un derecho vital: la
cultura, que convierte en un bien mercantilizado y poco asequible para la clase
obrera. Desde la infancia, nos prepara para ese final. Por eso, la película es
un grito de resistencia y rebeldía contra esa alienación.
La familia de Léolo se ve abocada a la locura, fruto de esa alienación capitalista. Léolo, soñador, creativo, inteligente y amante de la literatura, tiene un grito de rebeldía, que repite varias veces: “Porque sueño, yo no estoy loco.” La literatura y los sueños no son presentados como una evasión, sino como una escapatoria a la alienación del sistema.
CRÍTICA
AL OBRERO SUMISO Y CONFORMISTA
Léolo
se imagina otro origen, porque rechaza ser hijo de su padre, un obrero sumiso y
conformista (“un perro que vive su vida perra”, escribirá Léolo) y que el
destino que quiere para sus hijos es que acaben siendo peones del sistema como
él. Léolo usa la literatura como resistencia. Por eso, afirma que “lo único
que le pido a un libro es que me inspire energía y valor. Que me diga que hay
más vida de la que puedo abarcar. Que me recuerde la urgencia de actuar.”
Léolo no quiere convertirse en un “perro domesticado” como su padre, cuya única evasión es ser un “hombre de las tabernas”. Por eso, ve en la literatura una forma de resistencia y escribe como mecanismo de lucha y supervivencia.
INFANCIA ROTA
Sin
una familia que realmente se preocupe por él, sin una escuela que saque todo su
potencial y viviendo en un barrio sórdido y marginal, Léolo es capaz de
encontrar poesía en los lugares más insospechados. Esa infancia sin referentes
le lleva a admirar a su hermano, un musculoso culturista, como el ejemplo de
varón y a su vecina Bianca, como el ideal de mujer. Sin embargo, no es oro todo
lo que reluce y a Léolo se le cae el mito amoroso justo en su despertar sexual
y su mito protector, en el momento en el que más lo necesita.
La
película es una dura crítica al individualismo que nos arrastra a esa
alienación que nos acecha a todos. Por eso, nos ofrece la literatura y la
creatividad como aquello que nos ha de salvar. Pero no nos salvará en
solitario, sino que debemos salvarnos en comunidad. Al ver esta película, el
espectador echa de menos el calor familiar, la solidaridad entre vecinos y el
compañerismo entre los niños del colegio. Por eso, sufre con Léolo cuando busca
ese calor del grupo que no encuentra en ningún sitio. El niño se lamenta varias
veces por no contar con un grupo de apoyo y escribe “yo era el único
inquieto de mi clase”, refiriéndose a sus amigos o “pocas veces
coincidíamos todos a la hora de comer”, echando en falta una familia más
acogedora. Se siente perdido y aislado en los grupos en que normalmente
encontramos cercanía y apoyo.
Su forma de escapar de ese “abismo”, como él mismo lo describe es la fantasía, la lectura y la escritura.
Durante
la película, nos acompaña la voz en off del Léolo adulto, para mostrarnos cómo
consiguió sobrevivir a la locura a la que era arrastrado en la infancia. Lo
hace con una dimensión redentora. Se sacrifica sucumbiendo a la realidad, para
mostrarnos qué nos puede pasar si nosotros no sabemos usar la cultura, la
creatividad y los sueños para escapar de la alienación.
Léolo no es un relato derrotista, sino una advertencia y una llamada a resistencia. Una defensa de la literatura, la imaginación y los sueños como armas para sobrevivir y liberarnos. Estamos ante una elegía preadolescente, que sabe mostrar el lado poético de las situaciones más sórdidas y miserables, para darnos un mensaje: “Lee, escribe, sueña, ama, VIVE.”







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